Avatar: Fuego y Cenizas, un espectáculo que pesa más de lo que vuela

La tercera entrega deslumbra en lo visual, pero tropieza en su ambición narrativa y duración excesiva

CINE

Esteban Vásquez | @esteban.vqz

12/30/2025

El 18 de diciembre llegó a los cines Avatar: Fuego y Cenizas y, con ella, una pregunta incómoda que se instala desde los primeros minutos: ¿era realmente necesaria esta historia? James Cameron vuelve a Pandora con una propuesta gigantesca, tanto en ambición como en metraje, pero el impacto inicial pronto se transforma en una prueba de resistencia para el espectador. Lo que debía ser una experiencia envolvente termina exigiendo paciencia más que emoción.

Dirigida por Cameron y protagonizada por Zoe Saldaña, Sam Worthington, Sigourney Weaver y Stephen Lang, la película apuesta por expandir su universo con la introducción del Pueblo de las Cenizas, un clan Na’vi más agresivo y violento. La premisa promete conflicto y tensión, situando la acción nuevamente en Pandora, ahora convertida en un territorio fracturado por luchas internas que amenazan su equilibrio y supervivencia.

El problema surge en el cómo y el por qué se cuenta esta historia. Con una duración de 3 horas y 17 minutos, el guion se diluye entre subtramas excesivas, diálogos llenos de clichés y situaciones que se repiten hasta perder fuerza. La narrativa se enreda una y otra vez, desviando la atención de la trama principal y generando una sensación constante de saturación.

En contraste, el apartado técnico roza la perfección. Los efectos visuales son deslumbrantes y el CGI alcanza un nivel en el que lo real y lo digital se confunden sin esfuerzo. Cameron cumple su sueño de consolidar un universo propio, aunque en el camino parece olvidar que el cine, antes que impresionar, debe sostener el interés y el ritmo.

Es necesario destacar el personaje de Varang, interpretado por Oona Chaplin, una villana intimidante desde su primera aparición, aunque su arco se diluye de forma decepcionante antes del clímax. Avatar: Fuego y Cenizas es visualmente imponente, pero narrativamente pesada; una historia clásica de bien contra mal que pudo contarse en menos tiempo y con mayor precisión. Al final, Pandora sigue siendo hermosa, pero su eco se siente más largo de lo necesario.

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